Por Jorge Contrera *
“A las dos horas después de media
noche pareció la tierra, de la cual estarían dos leguas (…) que llegaron a una
isleta de los Lucayos, que se llamaba en lengua de indios Guanahaní. Luego vinieron
gente desnuda, y el Almirante salió a tierra en la barca armada (…).
Bartolomé de las Casas, basado en el
Diario de Viajes de Colón.
“Esta gran ciudad de Temixtitán está fundada en esta laguna (…). Es tan
grande como Sevilla y Córdoba. Son las calles della, digo las principales, muy
anchas y muy derechas, y algunas destas y todas las demás son la mitad de
tierra y por la otra mitad es agua, por la cual andan en sus canoas, (…) Tiene
otra plaza tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca, toda cercada de
portales alrededor, donde hay cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando
y vendiendo; donde hay todos los géneros de mercadurías que en todas las
tierras se hallan (…)"
Hernán
Cortés, segunda carta el Emperador Carlos V.
“(…) Venecia, ciudad que a no haber nacido Colón en el mundo, no tuviera en
él semejante: merced al cielo y al gran Hernando Cortés, que conquistó la gran
Méjico para que la gran Venecia tuviese quien se le opusiese. Estas dos famosas
ciudades se parecen en las calles, que son todas de agua: la de Europa,
admiración del mundo antiguo; la de América, espanto del mundo nuevo.”
Miguel de Cervantes Saavedra, en El Licenciado Vidriera
Desde aquel 12 de octubre de 1492 han pasado más de cinco
siglos. El mencionado avistamiento de la madrugada, descrito por el religioso
Bartolomé de las Casas significó un giro histórico bastante drástico para la
población autóctona. Escritos sobre el proceso de conquista y colonización
existen en abundancia, la mayoría de ellos desde una perspectiva eurocéntrica. La
narrativa histórica tradicional conceptualizó aquel suceso como “encuentro de dos mundos”, “choque de culturas” y otros apelativos
similares. Además, lo señaló como el inicio de un proceso de mestizaje idealizado,
que configuraría una nueva sociedad, con “lo mejor” de ambas culturas, una
nueva “raza”.
Retrato de Cristóbal Colón (Imagen extraída de Wikipedia.org) |
Sin
embargo, no todos los historiadores coincidieron en la concepción de la
conquista, pusieron en discusión el discurso tradicional y en contraposición al
“encuentro de dos mundos”, surgieron conceptos como “invasión”, “genocidio”,
etc. Lo llamativo es que, más que un pensamiento reciente, ya los textos
(crónicas, cartas, relatos, etc.) de la época, hacen referencia a una conquista
cruel y despiadada. Esto nos induce a
pensar que más que desconocimiento sobre lo que significó para la población
nativa aquel proceso, existió un interés en volver invisible la magnitud del
mismo para los nativos.
Otra
idea generalizada es que “la civilización
fue traída por los españoles”, añadiendo que en América vivían “sociedades
primitivas” cuyos miembros “andaban desnudos” y cuya organización social
distaba mucho de una “civilización”. No
pretendo poner en discusión el concepto. Aún así resulta llamativo que los propios
españoles se deslumbraron por la estructura
de algunas ciudades americanas. Antes de la llegada de los españoles,
infinidad de civilizaciones aparecieron y desaparecieron en el suelo americano.
Pero los conquistadores tuvieron un
mayor contacto sólo con las que en ese momento estaban en auge como la de los
mexicas y la de los incas, y en cierto sentido, en decadencia, como la de los
mayas.
Los
historiadores coinciden dividir en tres etapas el proceso de conquista de las
sociedades indígenas, la primera es la que se desarrolló en las Antillas, la
segunda apuntó hacia las grandes civilizaciones y la tercera y última, hacia
las tierras interiores, como la cuenca del Río de la Plata, entre otras zonas. Le
correspondió a Hernán Cortés la conquista (o la destrucción) del imperio
azteca. Luego de varios días de travesía avistó la ciudad capital del imperio:
Tenochtitlán (Temixtitán, según sus propias palabras). ¿Cuál fue su reacción
ante el paisaje desplegado ante sus ojos? El conquistador no escatimó palabras para ensalzar la grandeza de la
ciudad, cuya extensión comparó con las de Sevilla y Córdoba y en cuyo mercado
se ofertada todo lo que en esa época se requería y que recibía cada día a unas
sesenta mil personas. En el relato de Cortés no sólo aparecieron las calles, la
plaza, el mercado y sus productos, sino
también los templos “de muy hermosos
edificios”, las maderas labradas, los ídolos “de maravillosa grandeza y altura”, las casas “muy buenas y muy grandes”, los
acueductos, etc, etc. (Cortés, pp. 79-86). Con justa razón el padre del Quijote
hablada de que la capital azteca había sido conquistada “para
que la gran Venecia tuviese quien se le opusiese”.
Hernán Cortés (Imagen extraída de Wikipedia.org) |
No se juzga aquí la organización
política ni la estructura social del imperio mexica, que en ciertos relatos
(más propagandísticos que historiográficos) son tomadas como justificativos del
accionar de los españoles. Se sabe que la grandeza del imperio se debía en gran
parte al dominio que ejercía sobre otros pueblos. Por eso no resulta extraño
que ciertas etnias sometidas al tributo por parte de los mexicas hayan dado su
apoyo a las huestes de Cortés, los españoles agradecieron el apoyo y
posteriormente, los masacraron. Pero, ¿era la sociedad española menos desigual
que la azteca y los súbditos españoles de mayor participación política que los
mexicas? Ciertamente no. Ante todo, para 1521 la gran ciudad de
Tenochtitlán ya estaba destruida.
Mapa de Tenochtitlán (Imagen extraída de Historia.com) |
Unos años más tarde, en 1542, el
fraile dominicano y Obispo de Chiapas Fray Bartolomé de las Casas presentaba a
la Corte española su Brevísima relación
de la destrucción de las Indias, con el propósito de lograr la abolición de
una institución que ya había causado estragos en la población indígena: la
encomienda. En ella recordada algunos sucesos que había experimentado en los
primeros años de la conquista y que reflejan claramente la tonalidad de la
misma. Describía la repartición de los indios con estas palabras:
“Después de acabadas las guerras y muertos en ellas todos los hombres,
quedando comúnmente los mancebos y mujeres y niñas, repartiéronlos entre sí,
dando a uno treinta, a otro cuarenta a otro ciento y doscientos según la gracia
que cada uno alcanzaba con el tirano mayor, que decían gobernador, y así
repartidos a cada cristiano, dábanselos con esta color (este motivo) que los enseñase en
las cosas de la fe católica, siendo comúnmente todos ellos idiotas y hombres
crueles, avarísimos y viciosos, haciéndolos curas de ánimas.” (De
las Casas, pp.72-73)
Sobre el trabajo realizado por los
indígenas en las mismas de oro, De las Casas denunciaba el “trabajo
intolerable” que debían efectuar en agotadoras jornadas sin descanso alguno. Los
conquistadores habían encontrado la forma de eludir la prohibición de la
esclavitud que había decretado la reina Isabel a principios del siglo XVI, la
corona española tampoco hacía mucho para que la explotación del indígena en las
encomiendas se diluya:
“No daban a los unos ni a las otras de comer sino hierbas y cosas que no
tenían substancia, secábaseles la leche de las tetas a las mujeres paridas, y
así murieron en breve todas las criaturas, y por estar los maridos apartados,
que nunca veían a las mujeres, cesó entre ellos la generación, murieron ellos
en las minas de trabajos y hambre y ellas en las estancias o granjas de lo
mismo (…)” (De las
Casas, p.73)
Tantas eran las “crueldades susodichas y matanzas, y tiranías, y opresiones abominables
en aquellas inocentes gentes” (De las Casas, p.73) que las descripciones
hechas por el fraile son más que elocuentes. Páginas enteras llevaría
transcribir lo expuesto en su Brevísima
relación, que siendo “breve”, no deja de ser bastante ilustrativa. Sobre lo
sucedido en el “reino de Yucatán”, el relato del religioso es muy categórico a
tal punto que, según sus propias palabras “no
bastaría creer nadie”. Como un epílogo de este segmento transcribo la
manera como los españoles se “divertían” por los indígenas:
“Como andaban los tristes españoles con perros bravos, buscando y
aperreando los indios, mujeres y hombres, una india enferma, viendo que no
podía huir de los perros que no la hiciesen pedazos como hacían a los otros
tomó una soga y atóse al pie un niño que tenía de un año, y ahorcóse de una
viga, y no lo hizo tan presto que no llegaron los perros y despedazaron el
niño, aunque antes que acabe de morir lo bautizó un fraile. (…) Este hombre
perdido se lo oí; jactóse delante de un venerable religioso desvergonzadamente,
diciendo que trabajaba cuando podía empreñar muchas mujeres indias, para
vendiéndolas preñadas por esclavas le diesen más precio de dinero por ellas”
(De las Casas, p.75)
Retrato de Bartolomé de Las Casas (c.1484 - 1566) (Imagen extraída de Wikipedia.org) |
Ciertamente éstos no fueron los
únicos casos del ejercicio de una violencia extrema hacia los indígenas por
parte de los españoles y De las Casas, no fue el único en denunciar estas
crueldades desplegadas de forma sistemática, tanto en los inicios de la
conquista así como durante la colonia. El resultado de este accionar fue el
rápido derrumbe demográfico de la población americana, lo que lleva a sostener
la existencia de un genocidio indígena. Generalmente se afirma que la
disminución de población se debería más bien a efectos colaterales de la
presencia hispana. Sin embargo, estudios recientes han demostrado que la
debacle fue casi total.
Calcular la población indígena
inicial de una forma exacta es todavía un gran desafío, pero se ha avanzado en
los últimos años. En ese sentido, los estudios de Cook y Borah
ilustran que en algunos casos la reducción demográfica superó el 90%. Así,
señalan que la población de México central que antes de la invasión contaba con
unos 25 millones de habitantes, en cuatro años se había reducido a 17 millones,
en 1548 a 6 millones, 20 años después a 3 millones, en 1580 a 2 millones y a principios del siglo XVII
apenas quedaban 750.000 habitantes; sólo el 3% de la población inicial. A su
vez, el investigador William Sander propuso que la población de dicha zona
habría alcanzado “sólo” 12 millones, aun así el descenso demográfico fue de
gran magnitud (Bethell, 1990, p.15).
Según los autores señalados, en las
Antillas los impactos de la violencia ejercida por los europeos fueron similares,
así de una población de unos 8 millones, en 1570 solamente sobraban unos
cientos, incluso siendo la población inicial mucho menor, se coincide en que el
derrumbe fue inmenso. A su vez, la población originaria de la actual Colombia
se habría reducido en unos 30 años de más de 230.000 a unos 170.000. Para 1636,
solamente quedaban poco más de 40.000. En Perú, en tiempos de la conquista
vivían unos 9 millones de personas, población que para 1570 decayó a 1.300.000
(Bethell, 1990, pp. 16-17). Conviene aclarar que además de los
enfrentamientos, el trabajo forzado en las minas y en las plantaciones, las
enfermedades introducidas desde Europa contribuyeron en gran manera para el
descenso poblacional.
Para terminar esta breve exposición,
el historiador francés Marc Bloch se preguntaba en su Apología si el rol del historiador es “juzgar o comprender”,
analizando el problema de la imparcialidad en el oficio de historiar. Luego de
sesudos análisis concluye que más que juzgar, corresponde al historiador comprender las acciones humanas en su
contexto. Sin embargo, en otra parte aduce que hay que “perseguir la mentira y el error”. Sostengo que describir las
crueldades cometidas por los europeos durante los años de la conquista y la
colonia y sus devastadoras consecuencias en la población indígena tiene más
este último propósito que juzgar a la luz de valores actuales. Desterrar el
mito de la conquista idílica es perseguir la mentira y el error, muy difundidos
por los propagandistas. En consecuencia, sigue existiendo un discurso que
apunta al desconocimiento de la destrucción de las sociedades y las culturas indígenas. Ese manto de
invisibilidad se extiende en la actualidad sobre sus descendientes, donde la
sociedad dominante impone su sistema político, económico y cultural, lo que
genera a su vez la exclusión de los mismos.
P.D.: Este escrito podrá ser tomado por aquellos que prefieren seguir callando las crueldades como una "leyenda negra" más.
Referencias
1. Bethell,
L. (Ed.) (1990). Historia de América
Latina (Tomo 4) Población, Sociedad y Cultura. Barcelona: Crítica.
2.
Bloch, M. (2001). Apología para la
historia o el oficio de historiador. México DF: s.d
3. Hernán
Cortés, Cartas de relación de la
conquista de México, en Antología. Cronistas
de Indias. Buenos Aires: Colihue
4. Fray
Bartolomé de las Casas, Brevísima
relación de la destrucción de las Indias, en Antología. Cronistas de Indias. Buenos Aires: Colihue
5. Fray
Bartolomé de las Casas, Los cuatro viajes
del Almirante y su testamento, en Antología.
Cronistas de Indias. Buenos Aires: Colihue
*Licenciado en Historia (con Especialización en Historia del Paraguay), Maestrando en Historia del Paraguay. Profesor Asistente de Historia Americana Colonial e Independiente. Ha colaborado con artículos relacionados a la historia reciente del Paraguay en el Correo Semanal de Última Hora; co-editor del libro "Resonancias. Pensamiento Latinoamericano".
Comentarios
Publicar un comentario