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Colonia Jejuí, memoria y lucha (*)


(*) Artículo publicado en el suplemento Correo Semanal del Diario Última Hora, 17/02/18

“No se debe perdonar jamás los crímenes perversos, el ejercicio del poder para el crimen y para el aprovechamiento personal, eso tiene que tener un castigo.” (Osvaldo Bayer)
El desaparecido obispo Aníbal Maricevich celebra misa con los campesinos de Jejuí, tras caer la dictadura.
(Foto: Última Hora)

            Stroessner: represión y muerte
            La segunda mitad del siglo XX significó para América Latina el auge de los regímenes dictatoriales, destacándose entre ellos la dictadura de Alfredo Stroessner, quien ejerció el poder omnímodo durante 35 años (1954-1989). Desde su llegada al mando, Stroessner ejecutó acciones represivas que fueron mermando rápidamente cualquier atisbo de resistencia a su gobierno. Las primeras acciones tuvieron como fin purgar de opositores al propio Partido Colorado, para luego direccionar el aparato represivo hacia otras agrupaciones políticas y sociales. Con los años y con el aumento del dominio ejercido, prácticamente toda la sociedad paraguaya se vio afectada por la dictadura stronista. A propósito, un documento secreto de la CIA del año 1968 expresaba que “Stroessner ha retenido el control gracias a un hábil balance entre las bases tradicionales del poder de las Fuerzas Armadas, las otras fuerzas de seguridad y la organización política del mayoritario Partido Colorado con el aplastamiento despiadado de cualquier intento de disidentes (…)” (Boccia, 2014, p.43).
            Si bien durante los 35 años de autocracia Stroessner se mostró implacable hacia sus opositores, los años 70 se caracterizaron por una singular violencia hacia las organizaciones sociales. En este escrito se reseña  uno de estos lúgubres hechos que acaecieron en esa década, por sobre todas las cosas, para mantenerlo en la memoria: el ataque a la comunidad campesina San Isidro de Jejuí. Ya lo decía el historiador y periodista argentino Osvaldo Bayer: “La historia hay que escribirla o, por lo menos, investigarla mientras existan los testimonios, por ejemplo, porque permiten recoger en vivo los sentimientos y algunas formas de pensar que, de otro modo, se perderían” (p.83).
            El inicio de la colonia y el ataque
            En 1969, en las cercanías del distrito de Lima (San Pedro) se estableció la pequeña comunidad denominada San Isidro de Jejuí. La comunidad -de carácter cristiano- tuvo su génesis gracias a la incansable labor de 15 familias (cantidad que ascendió a más de 30, poco después) que se habían organizado en un sistema comunitario, donde la tierra pertenecía a todos y la producción era repartida de forma equitativa. Poco después, la colonia sería objeto de un despiadado ataque por parte del régimen stronista.
            Según Telesca (2014, p.99), el ataque a la colonia Jejuí fue el comienzo de la “represión masiva stronista contra las comunidades campesinas”. El ataque a la comunidad se produjo en la madrugada de aquel 8 de febrero de 1975, cuando el teniente coronel José Félix Grau y sus  soldados –acompañados del temible Pastor Coronel- la irrumpieron con el propósito de realizar un allanamiento. Conforme detalla Nickson (2017, p.617), aquellos “balearon a ocho civiles, incluyendo a un sacerdote (…), torturaron a activistas, detuvieron a 120 habitantes de Jejuí e incendiaron sus hogares”. Por su parte, Telesca añade una descripción aún más macabra al decir que “el ejército tomó la comunidad. Por más de tres meses la comunidad estuvo cercada y sitiada por los soldados quienes se habían atribuido el poder de permitir la entrada a quienes quisieran” (p.101). Con relación a las consecuencias que dejó el ataque a Jejuí, además de los apresamientos, torturas y heridos, se registra que los atacantes saquearon la comunidad, llevándose dinero, animales, muebles, herramientas, etc. Escribe al respecto Farina (p.209) que “las casas fueron arrasadas y todos los labriegos expulsados. (…) La experiencia comunitaria agrícola de Jejuí sucumbió destrozada”. Esta violencia desatada en contra de la colonia produjo además que algunos campesinos sufriesen trastornos mentales, por el trauma terrible recibido. El Estado paraguayo reconoció su culpabilidad en este caso en el artículo 70 de la Ley 129/91, concediendo pensión graciable de 150.000 guaraníes cada uno a seis campesinos de Jejuí. Miserable suma para compensar una vida devastada.
            Los motivos “oficiales” y los reales
            Semejantes represiones casi siempre tenían una explicación oficial y el caso de Jejuí no fue distinto. La misma estuvo a cargo del diario apologético de la dictadura: Patria. Pocos días después de la acometida violenta, el diario describía los motivos de la misma con estas palabras: “Se tiene noticia de la instalación clandestina de verdaderos ‘koljosts´ (granja colectiva soviética) donde el sistema de la ley ha sido simple y arbitrariamente sustituido por el ‘colectivismo’ (…) las ´comunidades´ así formadas no tienen acceso a la propiedad de la tierra, y que el fruto de su trabajo, bajo una forma espuria de ´colectivismo´ es ´de todos´, como los dispongan los terceros erigidos en autoridad ´motu proprio´.” (Telesca, 2014, p.101). Ergo, los porqués del ataque eran la “desobediencia a las autoridades y el comunismo”, eterna cantaleta de la dictadura.
            Sin embargo, la explicación habría que buscarla dentro del contexto del funcionamiento de las Ligas Agrarias Cristianas (organizaciones de campesinos), que desde sus orígenes sufrieron persecuciones por parte del régimen. Los campesinos se habían  organizado en comunidades en diversos puntos del país para enfrentar la pobreza y el abandono estatal; y nada que fuese comunitario o “colectivista” era bien visto por el gobierno. Explica Telesca que la dictadura “captó en seguida la potencialidad de Jejuí, de ser modelo de comunidad cristiana campesina. Comprendieron en toda su potencialidad las consecuencias de la hermandad. Ahí se dio cuenta –de- la capacidad de subvertir el orden injusto que tenían las Ligas Agrarias. La dictadura (…) no podía permitir que siguieran adelante”. (p.100). La fórmula que la dictadura stronista empleó contra los campesinos de Jejuí fue la que siempre aplicaba en situaciones similares: el terrorismo de Estado.
            Jejuí, hoy
            Posterior al ataque, las tierras de la colonia Jejuí pasaron a pertenecer a la familia de Felipe Matiauda –caudillo colorado cercano a Stroessner-, acorde escribe Nickson (p.618). Luego de la caída de la dictadura stronista, los antiguos pobladores de la colonia iniciaron una férrea lucha con el objeto de recuperar sus legítimas tierras; recurriendo a ocupaciones –y sufriendo desalojos-, a instancias judiciales y todo mecanismo que les permitiese volver a sus antiguas tierras. Luego de un largo derrotero, 38 años después de sufrir el despojo, volvieron a recibir el título de propiedad de sus tierras. Además, en un intento de mantener viva la memoria y luchar contra el olvido, en el 2014 la colonia fue declarada como “Sitio Histórico y de Conciencia”.
           Conciencia es memoria
           El caso Jejuí es solamente una de las tantas salvajadas cometidas por el régimen de Stroessner; existen muchos otros casos de aniquilamiento que deben ser rescatados del olvido y expuestos en la memoria colectiva de la sociedad paraguaya-principalmente en la de los jóvenes- para una toma de conciencia sobre el presente; pues como decía Bayer, tomar conciencia es, en primer lugar, conservar la memoria.
            Fuentes: El aparato represivo, de Alfredo Boccia Paz;  Diccionario Histórico del Paraguay, de Andrew Nickson; Las Ligas Agrarias Cristianas, de Ignacio Telesca; El Último Supremo, de Bernardo Neri Farina; y A contrapelo. Conversaciones con Osvaldo Bayer, de Ulises Gorini.


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