"¿Y es ésta caballeros, la civilización que nos han traído a cañonazos?"*
Recuerda con profunda tristeza aquel lejano día; había amanecido un poco fresco, el paisaje era hermoso, un tupido bosque, suelo rojizo, por allí cerca corría un cristalino arroyo...por otro lado...escuálidos soldados, ancianos hambrientos, madres desesperadas queriendo contener las lágrimas de sus famélicos hijos.
Estaban en Cerro Corá, López charlaba amistosamente con un nativo de las sierras de Amambay. Oyó la invitación del nativo a su esposo para que le siguiera. No supo qué respuesta tuvo, sólo atinó a ver que el cacique se marchaba cabizbajo hacia la inmensa selva; una bandada de verdes pájaros levantó vuelo sobre sus cabezas.
Aun recuerda aquella mañana, observa sus manos, sus uñas, ya marchitadas por el paso del tiempo; era doloroso ver el cuerpo inerte de un compañero de largas jornadas, de noches de amor, de soledad; mucho más desgarrador...abrazar un hijo muerto...su Panchito... tan parecido a su padre. Había cavado la tumba con sus manos, ella sola; quizá hubiera sido mejor haberse arrojado a esa fosa, quizá lo hubiera hecho si le sobraran fuerzas para seguir cavando. Oye risas burlonas, atemporales, sonadas a muerte, gritos de triunfo. "A civilizaçao llegou ao Paraguai!", ¡El pueblo que vivía en la barbarie ha sido librado para siempre! ¡Y para siempre, amén! Allí abajo, cientos de miles de almas morían de pena.
No pudo más, la flaqueza había cubierto sus huesos; sigue oyendo carcajadas cada vez más fuertes y llantos cada vez más apagados, más débiles. Los enterró a flor de tierra. Corriendo alocadamente llega junto a la sepultura, encuentra a un soldado brasileño bailando y haciendo piruetas sobre la barriga del cadáver de López que no estaba muy bien cubierto. Eran los civilizadores, los libertadores.
"Bien, peleemos hasta que muramos todos", había dicho el Mariscal cierto tiempo antes. Aquel primero de marzo su vaticinio se cumplió.
Ella extraña al Paraguay que fue, quizá nunca volviera a ser como antes; dieciséis años pasaron desde aquella fresca mañana, cada día lo extraña muchísimo más. Fue cuando se nubló su vista e inició un largo viaje sin retorno.
*Palabras pronunciadas por Elisa Lynch, ante la profanación del cadáver de su esposo.
Autor: Jorge Contrera
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